EN LA ESPIRAL DE LA ENERGÍA/ Inauguración del blog


Desde hoy, el colectivo editorial Marat inaugura la sección Blog en nuestra página web.

Será un espacio donde publicaremos anticipos de los libros por venir, intervenciones teóricas, propuestas, entrevistas con autores de nuestro catálogo y materiales que consideremos de interés para compartir con nuestra comunidad lectora.

 

Como producir es la mejor manera de inaugurar algo nuevo, les dejamos en esta primera entrada un anticipo exclusivo de En la espiral de la energía, la obra en dos volúmenes escrita por Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes. Este libro, publicado originalmente en España en 2018 por Ecologistas en Acción y Baladre, será editado en Argentina por nuestra editorial y estará disponible para la venta a partir de marzo de 2021.

Su publicación futura nos genera muchas expectativas y es una invitación al diálogo colectivo para elaborar las estrategias e iniciativas emancipadoras que necesitamos. Formas de habitar, economías, sistemas políticos, tipos de trabajos, demografía, luchas sociales, tecnologías, sistemas de valores, maneras de relacionarse con el entorno... ¿cómo han interactuado a lo largo de la historia? ¿Tiene su discurrir forma de espiral? ¿Qué papel ha tenido la cantidad y cualidad de la energía disponible en su evolución? Y, sobre todo, ¿cuál va a ser su evolución futura?

Compartimos el prólogo a la nueva edición escrito por uno de sus autores, Luis González Reyes.

 

Prólogo a la edición argentina

 

El libro que tienes entre manos es la segunda edición de En la espiral de la energía, que salió publicado en 2018.

En estos dos años, han pasado muchas cosas pero, sobre todo, 2020 ha hecho que resulte más evidente que nuestro sistema socioeconómico está colapsando. La pandemia de COVID-19 se ha sumado a fenómenos totalmente excepcionales por su virulencia y extensión, como los incendios en Australia o Siberia, las plagas de langosta en el Cuerno de África o una gran crisis económica global de esas que aparecen en el capitalismo solo una vez cada siglo (y la anterior fue hace solo doce años). Estos fenómenos, pero especialmente la COVID-19, han puesto al descubierto las múltiples vulnerabilidades del capitalismo global, que son consecuencia de su excesiva complejidad en una situación de estrés muy fuerte. La COVID-19 y el resto de fenómenos excepcionales de 2020 no generan el colapso del sistema, sino que son un punto de inflexión de ese proceso. Abren un tiempo en el que ya no existirán “nuevas normalidades”, sino que se sucederán las excepcionalidades.

 

 

 Complejidad, vulnerabilidad y COVID-19

Como argumentamos en el libro, la complejidad de un sistema social la podemos evaluar con cuatro indicadores: el grado de interconexión de los nodos del sistema (las personas en el caso de las sociedades), su nivel de especialización, el número de nodos (la cantidad de población), y la cantidad, calidad y topografía de la información que circula. Los abordamos para analizar cómo la pandemia está mostrando la fragilidad del capitalismo global.

Nuestro orden socioeconómico se caracteriza por un altísimo nivel de interconexión. Esto le hace muy vulnerable, pues los problemas se propagan rápidamente por él. La extensión de la pandemia a través de las redes empresariales y turísticas es un ejemplo de esta vulnerabilidad. Es cierto que la interconexión también permite que las ayudas fluyan entre territorios (si política y económicamente se quiere), pero lo que muestra la crisis sanitaria es que la vulnerabilidad es cualitativamente mayor.

Nuestro sistema además tiene un alto nivel de especialización en cuanto a lo que hacen las personas en los territorios. La autonomía económica es inexistente, especialmente cuanto mayor es la interconexión, lo que aumenta la vulnerabilidad. De este modo, la pandemia nos ha enseñado cómo la mayoría de los países no fabricaban mascarillas o respiradores, ni tantas otras cosas indispensables para afrontar una pandemia. Esto ha hecho que el coronavirus se haya extendido más.

En lo que concierne a la cantidad de población, vivimos más seres humanos sobre el planeta que nunca. Además, nuestra forma de vida mayoritaria es urbana. Un alto número de personas hacinadas permite una rápida difusión de una enfermedad contagiosa y una mayor mutación del virus (pues se infecta más población, lo que ha hecho que ya haya muchas decenas de cepas de SARS-CoV-2).

Finalmente, la información que está recorriendo las redes sociales está profundamente condicionada por las fake news, y los intereses económicos y políticos, algo que está generando un alto nivel de desorientación, cuando no sirviendo para la manipulación de las masas. El resultado es una actuación colectiva caótica y desenfocada que facilita la propagación vírica. Por ejemplo, en lugar de comprender y asumir las causas últimas de la pandemia, que radican en la destrucción ecosistémica, las medidas redundan en esta destrucción. Se ponen todos los medios para proteger a las personas (bueno, a algunas personas) sin importar si producen desestabilización ambiental, lo que muestra una profunda mirada a corto plazo. Otra muestra es que en vez de entender que esta situación de degradación sistémica es irreversible y es perentorio aumentar la resiliencia socioambiental, se intenta mantener el funcionamiento de la maquinaria económico-social a toda costa.

En lo que la información sí podría estar desempeñando un papel positivo frente a la pandemia es en la innovación científica. Pero la COVID-19 está mostrando los límites de la tecnociencia. En el imaginario social está la idea de que, pase lo que pase, el ser humano será capaz de resolverlo gracias a la tecnología. No lo decimos así, pero creemos que la tecnología nos permite ser omnipotentes. Sin embargo, esto no es cierto. La tecnología tiene múltiples límites que veremos en esta obra. Uno central es que para su desarrollo necesita grandes cantidades de materia y energía, justo dos de los elementos que están fallando en la crisis múltiple que estamos viviendo. Como analizaremos, en el pasado los cambios climáticos y las pandemias fueron factores determinantes en la evolución poblacional humana. Si en la historia reciente esto no ha sido así, se ha debido a que hemos tenido a nuestra disposición grandes cantidades de energía que, transformada en tecnología, nos ha permitido sortear estos desafíos. Esto está dejando de ser así para siempre.

Además, la tecnología no genera soluciones inmediatas. En el caso de las investigaciones médicas, diseñar una vacuna en casos óptimos puede llevar 12-18 meses. Y diseñar una vacuna no quiere decir tenerla disponible de manera universal, pues después habría que resolver los problemas de rentabilidad, financiación, fabricación y distribución, que no son nimios. Plazos demasiado dilatados para sortear una crisis sistémica. Cuando las sociedades se enfrentan a múltiples vulnerabilidades, el tiempo cuenta, y mucho.

 

Estrés sistémico y pandemia

Nuestro sistema socioeconómico no es solo vulnerable, sino que también está sometido a fuertes situaciones de estrés. El coronavirus ha llegado a un cuerpo ya enfermo, lo que le ha hecho mucho más dañino para su hospedador. Podemos enumerar varios elementos de estrés: crisis energética y material, disrupción ecosistémica, cambio climático o sociedades conformadas a partir de fuertes desigualdades. Sobre todas ellas abundaremos en este libro, pero ahora punteamos las últimas.

La disrupción ecosistémica es un elemento fundamental de la aparición cada vez más frecuente de nuevas enfermedades en los seres humanos. Lo es por nuestro sistema de ganadería industrial, con alto hacinamiento y maltrato de animales que fomenta la extensión de enfermedades entre la cabaña ganadera y su potencial salto a los seres humanos. Lo es por nuestro mayor contacto con fauna silvestre fruto de la destrucción de sus hábitats. Lo es por la destrucción de los equilibrios ecosistémicos que controlan la extensión de enfermedades entre especies. Y lo es por facilitar la propagación de los vectores de infección (como las garrapatas).

El cambio climático somete a estrés a múltiples facetas del sistema. Una es la sanitaria. Fruto de la emergencia climática se están extendiendo vectores como el mosquito que sirve de vehículo para la malaria o se están descongelando amplias regiones heladas, el permafrost, liberando patógenos, lo que abre escenarios imprevisibles. Al cóctel le podemos sumar el estrés hídrico, las olas de calor o la mayor frecuencia de lluvias torrenciales.

Finalmente, las desigualdades sociales están siendo importantes en la propagación del virus. Las poblaciones que tienen peores condiciones sanitarias (por ejemplo, por una alimentación menos saludable o por vivir más hacinadas) se ven más afectadas por el SARS-CoV-2 y con ello ayudan a la extensión de la pandemia. Estas clases empobrecidas son estructurales al sistema y están aumentando dentro de los Estados y a nivel internacional.

 

 

Fracaso del neoliberalismo, la globalización, el Estado y la Modernidad

En estas primeras fases del colapso del capitalismo global empieza a resultar evidente que las formas de entender y estar en el mundo características del tiempo de expansión de la complejidad social no van a ser factibles en el de simplificación.

A nivel político, la primacía neoliberal se ha expresado de múltiples formas. Una ha sido el desmantelamiento de los servicios públicos, empezando por la sanidad, lo que ha supuesto un incremento del estrés sistémico cuando ha sobrevenido la COVID-19.

Más dramática que la destrucción de lo público ha sido la de lo común, la victoria de la ideología del individualismo. La pandemia del coronavirus muestra su absurdidad. No hay posibilidad de que nadie se salve en solitario porque dependemos del trabajo de muchísimas personas. Nos creemos individuos porque ocultamos las relaciones de cooperación forzada (podemos llamarlas explotación) que sostienen nuestra “individualidad”. Las personas que hemos estado confinadas lo hemos podido hacer gracias a que nos han traído la comida y nos han retirado las basuras. Pero el coronavirus nos ha enseñado algo más: lo que más nos duele es la falta de socialización, ya que esta es una de nuestras características como especie y elemento indispensable para tener vidas dignas. Tal como lo aborda este libro, el futuro probablemente sea de sociedades en las que lo colectivo va a volver, aunque sea por necesidad (otra cosa es qué tipo de organización se articule alrededor, que puede ser muy variada).

En el plano económico, estamos viendo el fracaso de la globalización. Hacer que el sistema funcione como un todo está produciendo que los fallos en una parte (por ejemplo, el sistema sanitario) se amplifiquen y expandan. Pero la apuesta por la interconexión esconde otro problema más: esta interrelación está articulada en varios nodos centrales cuya malfunción pone en especiales aprietos al resto del sistema.

Uno de esos nodos centrales es el sector financiero, pues todo el sistema económico depende de la deuda. Como detallaremos, la crisis del 2007/2008 se afrontó con políticas monetarias utraexpansivas (tipos de interés muy bajos y creaciones ingentes de dinero) que hicieron que, a corto plazo, la crisis fuera menos grave que la Gran Depresión de la década de 1930. Ahora se están redoblando estas medidas, pero hay dos diferencias importantes. La primera es que el margen de maniobra es escaso (por ejemplo, ya están muy bajos los tipos de interés). La segunda y fundamental es que desde hace al menos un par de décadas la deuda mundial crece más rápido que el PIB o, dicho de otra manera, la deuda no es capaz de activar la economía lo suficiente. Como consecuencia de ello, la burbuja financiera cada vez es mayor y su estallido inevitable más devastador.

Otro nodo determinante del sistema son las ciudades. En ellas habitamos la mayoría de la población y son los principales nodos de creación de capital. Pero las ciudades son enormemente vulnerables. Su funcionamiento depende de un consumo ingente de agua, alimentos, energía y una pléyade de bienes que sólo pueden provenir de largas distancias. También de una complicada gestión de residuos. Podemos imaginar qué les sucederá (y con ello al conjunto del sistema) cuando este flujo se vea interrumpido o tan solo dificultado fruto de una pandemia u otra causa. Y la probabilidad de que esto suceda cada vez es mayor.

Un tercer nodo determinante es el energético. Este depende de los combustibles fósiles, que no tienen ningún sustituto equivalente en potencia, disponibilidad y densidad energética, lo que argumentaremos en detalle. Ahora mismo, los precios del petróleo no permiten el sostenimiento de una parte importante de la industria hidrocarburífera. Uno de los factores que están detrás es la pandemia de COVID-19. Esto está conllevando la quiebra de muchas empresas del sector y la reducción de la capacidad extractiva. En un escenario en el que probablemente ya hemos pasado el pico del petróleo, esto va a generar una disponibilidad decreciente de energía, lo que va a generar cortocircuitos en sectores clave como el del transporte y el petroquímico, que tienen una alta dependencia de los combustibles fósiles.

Puestos algunos ejemplos de que las medidas políticas (neoliberalismo) y económicas (globalización) no valen para los tiempos de simplificación que se abren, le llega el turno a nuestro orden social basado en el Estado. Durante la crisis del coronavirus, el Estado viene mostrando una imagen de relativa fortaleza y garantía de la estabilidad. En realidad, es una forma de organización social que está haciendo visible su fracaso. De manera profunda, los Estados actuales dependen para su funcionamiento de los mercados financieros y de los impuestos, en último caso, de la reproducción del capital. Por eso, con políticas distintas, prácticamente todos los Gobiernos del mundo están realizando denodados esfuerzos por recuperar el crecimiento económico del que dependen. Un crecimiento que, como argumentaremos, solo puede ahondar la destrucción ambiental, lo que genera mayores situaciones de estrés.

Conforme la crisis avance, el Estado intentará responder a todos los desafíos que se presenten. Pondrá dinero para salvar a la industria petrolera (y tantas otras), pondrá dinero para sostener los fondos especulativos, pondrá dinero para reprimir a la población más empobrecida, pondrá dinero para amortiguar el golpe a las clases medias… hasta que deje de poder hacerlo. Esto puede ser más rápido que tarde en una situación de agotamiento de las medidas tomadas frente a la crisis del 2007/2008.

Finalmente, el sistema de valores hegemónico en el planeta, la Modernidad que se desarrolló con el capitalismo y que analizamos en esta obra, muestra también sus debilidades. La Modernidad tiene múltiples atributos. Uno de ellos de gran importancia es el antropocentrismo. El ser humano primigenio era un predador que también podía ser cazado por otros predadores. Pero, gracias a su increíble capacidad de coordinación y su desarrollo tecnológico conquistó la cúspide de la cadena trófica concibiéndose como invulnerable y todopoderoso. Sin embargo, la vida surgió desde los seres vivos más minúsculos y sigue basándose en ellos. No en los superpredadores. El reino de lo pequeño es el que permite que exista la vida en el planeta. Por ejemplo, sin ellas no sería posible la reutilización de los elementos (carbono, nitrógeno, fósforo, etc.) en grados de reciclaje inimaginables por la tecnología humana (del orden del 99,5-99,8%). No olvidemos que vivimos en un planeta en el que no entra materia nueva. El coronavirus nos recuerda que lo minúsculo es determinante en la Tierra. Y que, en la trama de la vida, los seres humanos realmente somos prescindibles.

En conclusión, el colapso sistémico no está generado por esta pandemia ni por el resto de sucesos excepcionales de 2020, sino por un conjunto de malfunciones que se realimentan en un sistema excesivamente complejo, sometido a estrés y que arrastra decisiones políticas, económicas, organizativas y culturales que refuerzan sus vulnerabilidades. 

 

La opción menos mala

Una de las escenas más duras que nos deja la COVID-19 es la del triaje, la elección de qué paciente recibirá más atención en función de sus posibilidades de supervivencia. Esta situación es consecuencia de las nefastas decisiones políticas tomadas anteriormente. Pero a quien está atendiendo en urgencias ahora ya le da igual todo lo que sucedió en el pasado. Eso ya no se puede cambiar. Lo que le importa es tomar la elección menos mala en este momento, aquella que va a maximizar el número de personas que sobrevivan. Es una decisión en la que es determinante no equivocarse. Simple y trágicamente, las opciones buenas, que requieren tener los recursos materiales y humanos necesarios para ayudar a todas las personas que acuden al hospital, están fuera de su alcance. Esto mismo nos está sucediendo a nivel colectivo. Como no se ha preparado la transición ecosocial, el desmoronamiento sistémico va a conllevar sufrimiento social. Todas las opciones que tenemos por delante distan de ser óptimas.

Es difícil de determinar y es discutible, pero creo, y este libro aporta información detallada que sustenta esta conclusión, que la opción menos mala para las mayorías sociales es la que se articula alrededor de que la economía se integre de manera armónica en los ecosistemas (un metabolismo agroecológico), sea marcadamente local y realice un consumo material y energético acorde con lo disponible en el planeta (o, dicho de otro modo, una economía más pequeña en términos globales y particularmente en los grandes nodos capitalistas). Pero para que esto sea así deben realizarse además fuertes procesos de redistribución de la riqueza y de recuperación de la autonomía social o, dicho de otro modo, de articulación de economías feministas, ecológicas y solidarias.

Es mucho más difícil hacer política en un tiempo de triajes que en una época en la que son factibles soluciones óptimas. Mientras la segunda puede estar conducida por la ilusión, la primera está atravesada por el miedo. Ante ese miedo, nuestra responsabilidad es transmitir esperanza, pues solo otra emoción puede ayudar a superarlo, como discutiremos. Digo que es una responsabilidad porque creo que lo tenemos que hacer, aunque nos flaquee. Sin esperanza no hay proceso de cambio emancipador que pueda tener éxito.

No me refiero a una esperanza en soluciones mágicas, ni en la vuelta a la normalidad anterior. Eso es imposible. Me refiero a la esperanza en nuestra capacidad de aprovechar las oportunidades que se abren de construir sociedades donde la vida merezca la pena de ser vivida durante el desmoronamiento de este orden sociocida y ecocida.

La carga emocional de tomar las decisiones menos malas es muy fuerte. En tiempos normales, podemos permitirnos una forma de ser flácida. En tiempos de triajes, tenemos la obligación de crecernos.

 

Luis González Reyes

Octubre de 2020, Madrid